Querida maestra,
Hoy quiero escribirte con el rumor suave del otoño que comienza. Afuera, el aire huele a pan recién hecho, a manzanas recién caídas y a la tierra húmeda que anuncia lluvias. Es equinoccio, y el mundo se equilibra por un instante: día y noche, luz y sombra, se miran frente a frente como dos espejos que se reconocen.
El equinoccio de otoño marca un momento de equilibrio cósmico: el día y la noche se encuentran en perfecta igualdad. A partir de aquí, la oscuridad va ganando terreno y la naturaleza comienza a recogerse lentamente hacia el interior. Este instante, que ocurre dos veces al año, es mucho más que un fenómeno astronómico: es un símbolo de transición, de cambio de ciclo y de aceptación de los ritmos que nos recuerdan que la vida es movimiento y transformación.

El otoño llega con su lección callada: la de la cosecha y el desapego. La tierra nos ofrece sus últimos frutos y, al mismo tiempo, los árboles dejan caer sus hojas doradas sin resistencia. Así, también nos invita a ti y a mí a mirar dentro, agradecer lo recibido y atrevernos a soltar lo que ya no necesitamos para abrir espacio a lo nuevo.
A lo largo de la historia, diferentes pueblos han honrado este instante. Los celtas celebraban el Mabon, agradeciendo la abundancia del año. En Grecia, Perséfone descendía al inframundo y con ella la naturaleza se recogía hacia el silencio. En tierras mayas, la luz del sol dibujaba la serpiente emplumada bajando la pirámide, recordando que todo desciende para renacer.
Aquí, en nuestra tierra vasca, también el otoño siempre fue sagrado: los caseríos recogían la sidra, las nueces y las avellanas; los pastores bajaban de los montes con sus rebaños; y en las ferias de septiembre y octubre se compartía lo recogido en comunidad, celebrando el ciclo que se cerraba. En cada fruto había gratitud, en cada reunión, memoria de que la vida es abundancia y raíz.
Entrar en el otoño es también entrar en ti misma. Como educadora, cada estación será también una maestra silenciosa que te enseñará cómo habitar el aula y la vida. Este tiempo te pide calma, introspección, equilibrio. Te pide reconocer lo que ya floreció en ti y también lo que ya puedes dejar marchar.
Quiero regalarte un pequeño ritual para que lo vivas:
Al caer la tarde, enciende una vela. Mírala unos segundos y siente su luz cálida como símbolo de tu propia luz interior.
Toma un cuaderno y escribe dos listas: una con lo que agradeces de este ciclo, otra con lo que eliges dejar atrás.
Sal al aire libre, si puedes, y recoge una hoja caída. Tenla en tus manos y piensa en todo aquello que ya cumplió su misión en tu vida. Déjala volar, como el árbol deja ir la suya.
Cierra los ojos un instante. Respira hondo. Agradece lo recibido y siente la confianza de abrir espacio a lo nuevo.
El equinoccio es un puente. Te invita a vivir con gratitud, a confiar en el tiempo lento de las semillas, y a comprender que enseñar también es acompañar ciclos, dejar ir, esperar y confiar.
Que este otoño te traiga calma, inspiración y la certeza de que cada cambio es, en realidad, una forma de renacer.
Un abrazo,
Una voz que te acompaña en el camino 🌿
Athenea Bassi
El blog de Athenea Bassi
Este espacio es para compartir contigo reflexiones y conocimientos que te inspiren a explorar tu propio camino de transformación. Aquí descubrirás artículos creados con mimo, pensados para brindarte un refugio de paz, serenidad y equilibrio. Mi deseo es que, a través de cada lectura, encuentres nuevas perspectivas para transformar tu bienestar y afrontar los desafíos del día a día con mayor claridad y confianza.
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